9 vicios de las elecciones latinoamericanas en un solo ejemplo; Guatemala.


Sabemos que la democracia es mucho más que una elección. Por más pulcra que sea, una elección no es suficiente para consolidar la democracia

Si una persona con poco conocimiento de América Latina quisiera enterarse de los males típicos de las elecciones presidenciales de la región, no tendría que ir más lejos que a Guatemala. El país celebrará elecciones generales el 16 de junio y muchos de los vicios electorales de América Latina se están reproduciendo en esa contienda.

Sabemos que la democracia es mucho más que una elección. Por más pulcra que sea, una elección no es suficiente para consolidar la democracia. Igualmente, por problemática que sea una elección, tampoco es suficiente para liquidar una democracia. Pero cuando una elección contiene de forma tan concentrada tantos males termina por ocasionar una lesión grave a la democracia de la cual no es fácil recuperarse. La elección de Guatemala parece que va a ser así de lesiva.

Antes de enumerar los males, conviene mencionar lo bueno. Tal vez lo mejor de la elección sea que el presidente Jimmy Morales no se volvió a postular. Ello habría requerido cambiar (o violar) la constitución, la cual prohíbe la reelección. El autoconcederse el permiso a ser reelecto ha sido la tendencia constitucional más dominante de los presidentes de América Latina de los últimos veinte años. Estos intentos han sido invariablemente motivo de polarización. Por suerte, Morales optó por no tomar ese camino y así salvó a Guatemala de una controversia más.

Pero hasta ahí, lo bueno. A continuación, lo malo.

1. Elecciones afectadas por la polarización. Que Morales haya evitado buscar la reelección no significa que no haya polarizado al país. Al contrario, Morales resultó ser ultrapolarizante. Esa polarización, como veremos, está haciendo que Guatemala —como la mayoría de América Latina— celebre unas elecciones viciadas por una polarización manufacturada directamente por el poder ejecutivo.

2. La polarización como resultado de un outsider engañoso. En América Latina, hay muchas causas de polarización. En Guatemala, como en otros países, la causa principal fue que el candidato ajeno al sistema terminó demostrando ser un político del sistema. Morales ganó la presidencia haciendo alarde de venir desde afuera del sistema político (comediante, celebridad de televisión), con la promesa de que no iba a ser “ni corrupto ni ladrón”. Desde la década de los ochenta, ha habido quince presidentes externos al sistema en las Américas, incluyendo a Donald Trump. Todos llegan al poder prometiendo lo mismo: eliminar el sistema de privilegios de la clase política tradicional. Pero cuando a mitad del gobierno de Morales surgieron evidencias de que él mismo se benefició de financiamientos ilícitos, quedó claro que el externo era igual que los demás. El problema es que, en vez de generar repudio general —como se esperaría en una democracia sólida—, las revelaciones de corrupción dividieron al país entre detractores y defensores del presidente. Desenmascarar al outsider engañoso no unió, sino que polarizó al país.

3. Consolidación de alianzas con militares y evangélicos. Para salvarse de ser destituido por corrupción, problema típico de muchos presidentes de América Latina, Morales hizo uso de todo tipo de trucos. Muchos fueron nocivos para la democracia. Uno de los trucos, también común en la región, fue apoyarse más en los militares y los evangélicos. Esto se ve claramente en la elección del candidato a sucederlo: el diputado conservador Estuardo Galdámez es el aspirante a la presidencia por el partido de Morales. Él defendió al expresidente Otto Pérez Molina, está muy ligado a los militares y es agresivamente homofóbico, lo que complace a los evangélicos.

4. Desprestigiar a los investigadores. Otro truco de Morales, también típico de muchos presidentes acusados, fue lanzar una campaña de ataque contra quienes lo investigaban, en especial, la exfiscala Thelma Aldana y la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), un organismo apoyado por las Naciones Unidas que lleva años investigando casos de corrupción en Guatemala. Con el propósito de obstaculizar su labor, el gobierno de Morales echó a andar un proceso judicial contra Aldana en el que se le acusaba de corrupta e inepta. Por su parte, la Cicig sufrió un asedio constante: el presidente trató de desmantelarla y, con el tiempo, logró su cometido. Este año, la Corte de Constitucionalidad, presionada por Morales, prohibió que Aldana compitiera en las elecciones. Y el año pasado, Morales impidió que Iván Velásquez, el comisionado de la Cicig, entrara al país, lo cual ocasionó un conflicto judicial que, en la práctica, significó que la comisión perdió dinamismo.

5. Predominio de expresidentes y sus parientes. En América Latina hay una presencia abundante de exmandatarios en las contiendas electorales: diecinueve han logrado volver al poder desde los años ochenta, sin contar los muchos otros que lo intentan. En Guatemala, está prohibido que los presidentes se vuelvan a postular, pero en su lugar surge lo que más se parece a ellos: sus parientes. A principios de año, tres candidatos parientes de expresidentes estaban compitiendo: Sandra Torres, ex primera dama del expresidente Álvaro Colom; Zury Ríos, la hija del dictador Efraín Ríos Montt, y Roberto Arzú, hijo de Álvaro Arzú, expresidente y cinco veces alcalde de Ciudad de Guatemala. Este predominio de caras y nombres conocidos es evidencia de una suerte de dinastismo que no se compagina bien con la democracia. Genera la sensación de que en el país no cambian los elencos, lo cual estimula el cinismo entre los electores.

6. La hiperfragmentación de partidos estimula el dinastismo. En Guatemala, para volverse importantes, los tres candidatos parientes de exmandatarios se valieron de las mismas ventajas institucionales que tienen los expresidentes en todas partes de las Américas: influencias en instituciones claves, especialmente sus partidos, y votantes nostálgicos. Pero en Guatemala, el dinastismo se nutrió también de otra condición institucional: la fragmentación del sistema de partidos políticos. Como es típico en sistemas en los que existe una segunda vuelta electoral, surge en la primera vuelta una enorme variedad de opciones partidistas. En diciembre del año pasado, ya había veinte candidatos para presidente. En este contexto, con tantos nombres, los electores se sienten desorientados. Aquellos candidatos con reconocimiento de nombre de marca son quienes tienen la ventaja en dicho contexto. Y nadie tiene mejor reconocimiento de nombre, bueno o malo, que los expresidentes y sus parientes.

7. La guerra y la paz, ambas sucias. Los expresidentes y sus parientes no solo tienen una interacción complicada con los outsiders, sino también con el oficialismo. La relación con el gobierno en el poder puede llegar a ser tóxica de dos maneras. Un tipo de toxicidad es que el oficialismo les declare una guerra frontal a un expresidente o su pariente, precisamente porque saben que esos aspirantes suelen ser los contrincantes más competitivos. Otro tipo de toxicidad es que el presidente haga un pacto de protección mutua con uno de estos candidatos; es decir, una paz sucia. Dicha guerra y dicha paz se libraron en Guatemala. La guerra sucia se libró entre Morales y Zury Ríos. Ríos le hacía competencia al oficialismo desde el mismo lado ideológico, la extrema derecha. Morales hizo lo que pudo por descarrilar su candidatura, y ello puede explicar por qué la Corte de Constitucionalidad prohibió la candidatura de Ríos. Y la paz sucia la hizo Morales con Sandra Torres, paradójicamente, su exrival en la elección de 2015. Ambos desarrollaron un deseo de protegerse mutuamente cuando surgieron alegatos de que Torres, como Morales, se había beneficiado de financiamiento ilícito. Todo indica que Morales y Torres fraguaron un pacto de no agresión. Ello puede explicar por qué Torres nunca criticó los esfuerzos de Morales por socavar a la Cicig y desprestigiar a Thelma Aldana.

8. Corrupción por doquier. La corrupción es el tema ineludible de la elección guatemalteca, como lo ha sido en muchas contiendas electorales recientes de América Latina. Tanto el oficialismo como varios candidatos enfrentan acusaciones de corrupción. Lo bueno de Guatemala es que, gracias a la labor de la Cicig y otros órganos nacionales, se han procesado a varios peces gordos y se han desmantelado alrededor de ochenta bandas criminales. Pero a pesar de estos controles, las irregularidades financieras siguen. ¿Por qué? Parte de la explicación es un problema estructural. Por un lado, las elecciones son muy competitivas, lo cual significa un adelanto democrático, pero también genera una fuerte demanda de capital para las campañas electorales. Por otro lado, las economías son de escasos recursos, salvo por los mal habidos, que sí son abundantes. Entonces, hay una alta demanda de recursos y una alta oferta de recursos ilícitos. Dado este mercado, las instituciones anticorrupción tienen que ser más fuertes que en un país con otro tipo de economía, y ese es el argumento central para seguir defendiendo las labores de la Cicig.

9. Cortes inconsistentes. Mientras tanto, las cortes simplemente no pueden con este mercado de corrupción tan robusto. Cometen sus propias irregularidades: inhabilitan a algunos candidatos, pero no siempre a los más protegidos o los más conectados. Con estas inconsistencias, las cortes pierden respeto, lo cual debilita a la institución que, en última instancia, mejor protege a la democracia cuando sus protagonistas se ven inmiscuidos en delitos o malas prácticas.

En buena parte de los países de la región, la época en la que el mayor peligro electoral era el robo o la suspensión de elecciones ha quedado atrás. En su lugar, lamentablemente, ha surgido otro tipo de riesgo: la manipulación de instituciones. Esto se ve claramente en Guatemala.

Los perdedores de las elecciones del país, quienes sean, tienen una tarea clara por delante, si es que les interesa fortalecer la democracia. Les corresponde forzar al partido ganador a que solidifique las instituciones de freno y contrapeso con el fin de que ocurran menos irregularidades en elecciones futuras. Si los perdedores no asumen esta agenda como suya, no sé quién más en Guatemala tendrá incentivos para llevarla adelante.